sábado, 10 de julio de 2010

Península

A las 7 de la tarde la sombra que proyecta mi cuerpo sobre el suelo empieza a alargarse. Las ocupaciones de la cabeza, hasta entonces mínimas, se estiran como la sombra sabiendo que tan solo quedan dos horas de luz y, como mucho, una postrera de penumbra.


Vengo caminando desde Portbou y en ese momento, superando el Puig de l'Oratori que domina desde lo alto el Puerto de la Selva, me quedan poco más de ocho kilómetros de camino hasta Cadaqués. Esta es ahora mi ruta y los confines de mi sombra es el plazo para recorrerla. La inmensidad del Cabo de Creus parece tan solitaria como yo mismo.

He atravesado nuestro país desde pequeño en los viajes que cada verano nos llevaban a mi familia desde el Norte de África hasta los valles altos de Asturias. Tanto territorio me pareció entonces tan variado y sorprendente como inabarcable a la medida de cualquiera. Hasta mi padre, que lo conocía todo tan bien, acreditaba que su mirada al paisaje lo fue casi siempre tras una ventanilla.

Desee conocer esta geografía tan cercana. Fui pensando con el tiempo que recorrer por mis medios tanto espacio no podía ser materia de un proyecto, con sus prudentes y calculadas medidas; si acaso, materia para un sueño. Un sueño sin medida que es como deben ser los sueños. Y que no había otra forma de sentir la península ibérica que recorriéndola a pie. Pensaba: Un día bajaré de un tren en la estación de Portbou y echaré a andar la costa hacia el sur hasta que la península termine frente a la Isla de los Faisanes en el río Bidasoa.

Así se llama este sueño: Península. No se cuan largo es pero pasará de los cinco mil kilómetros y tampoco eche cuentas de cuantas jornadas de travesía llevará ir completándolo, pero seguro que más de doscientas.

Hay días. Hay tiempo.