viernes, 11 de enero de 2013

Champasak


Esta antigua ciudad de Laos en la ribera del Mekong no tiene ninguna posibilidad de convertirse en un destino turístico de moda.

Para ir hasta allí , viniendo desde Vientiane, hay que parar  en la ciudad cercana de Pakse, en la ruta a las cuatro mil islas en el extremo sur de Laos, y eso es algo que quienes ya han estudiado y planeado cuidadosamente su periplo no estás dispuestos a hacer.

Si a pesar de eso te detienes en Pakse, aún debes acercarte al inmenso mercado para coger una pequeña furgoneta en la que viajarás bien apretado hasta Champasak una vez que se ha llenado por completo. Solo funciona por las mañanas.


Al llegar y mirar alrededor puedes pensar que te encuentras en un olvidado pueblo del oeste norteamericano. Una sola calle se extiende de norte a sur, paralela al río, y las casas y los templos se salpican a largos trechos. Entre ellos media docena de guest house básicas. Tan sencillas que es posible que una vez que te dan una habitación y la pagas ya no vuelvas a ver a los empleados y sientas, verdaderamente, que eres el dueño de la casa.

No hay atracciones turísticas en esta ciudad.  Es cierto que hay el templo Khmer de Vat Phu, que, aunque en ruinas es verdaderamente hermoso, pero está a 8 kilómetros de distancia y, de nuevo, los viajeros bajo más de 30 grados no muestran mucho interés por un recorrido tan largo y polvoriento. Es posible que no haya más de 10 bicicletas de alquiler.


Eso sí, está el Mekong y una isla grande en el medio de su curso, pero no hay puente. Eso es una suerte. Tu eliges el horario y cuando quieres pasar un encargado llama por teléfono y, al poco,  aparece un barquero que carga tus bicis a bordo y espera con paciencia a que te equilibres para iniciar una travesía inolvidable del río que, en este trecho discurre lento, ancho y majestuoso.


La isla de Don Daeng no tiene coches y tampoco asfalto. Hay un camino perimetral que discurre solitario hasta que a la salida de clase tropiezas con decenas de colegiales en sus bicicletas. Puedes verdaderamente perderte, atravesar bosques, cruzar barrancos y bordear arrozales. Incluso si tienes sed y suerte puedes dar con un pequeño y escondido bar-tienda ribereño, tomarte una cerveza sobre tablas y sentir la curiosidad de los lugareños devolviéndoles sonrisas universales a cambio.

Al final de la tarde no hay servicios de transporte más que el barquero que a la hora convenida regresa a por su gente y a por sus bicis y las deposita con cuidado de nuevo en la otra orilla. Allí espera el final del día con esas sombras azules que llegan desde el este.


Nuevamente el silencio. La calle sola e interminable. Las conversaciones en voz queda. El alojamiento hecho hogar. El Mekong en su descenso sigiloso.

Verdaderamente Champasak nunca llegará a ser atractivo para el turismo.